Introducción

Hasta fechas relativamente recientes no ha sido posible entender el poder político en Occidente sin el recurso a las referencias religiosas. Ya a principios del pasado siglo Max Weber afirmaba que en todas las épocas y lugares el caudillaje ha encontrado fundamentación o bien en el mundo espiritual de lo mágico-religioso o bien en la traumática realidad de la guerra,1 pero parece que caben muy pocas dudas de que nada ha sido más efectivo a la hora de legitimar el poder que la sacralidad.2 De ahí la importancia y centralidad que adquiere la Iglesia en una perspectiva de análisis como la que se pretende abordar en este proyecto. Erigida en receptáculo de la verdad intemporal, sus ministros se constituyeron claramente desde el siglo IV en dispensadores de legitimidad para un poder tanto más efectivo cuanto mayor credibilidad pudiera trasmitir. Es cierto que esa credibilidad tuvo durante siglos mucho que ver con la fortaleza de las armas y la contundencia de las victorias, pero aún estos mecanismos fueron deudores de la capacidad eclesiástica de conformar la violencia sobre la base de esquemas sacrales de justificación.3 Durante toda la alta y plena Edad Media –y también en otros períodos que no serán objeto de nuestras reflexiones-, la Iglesia estuvo detrás del poder político en sus iniciativas de paz y de guerra, en la legitimación de sus autoridades y en las justificación que requería el despliegue de su potencial institucional. No hace falta insistir en esta idea, y la historiografía a nivel occidental ha reparado en muchas de las ricas vertientes que contribuyen a perfilarla. Pensemos, por ejemplo, en las sugerentes reflexiones que no hace mucho Philippe Buc dedicaba al complejo y equívoco mundo del “ritual político” en la alta Edad Media.4 Con todo, estamos lejos de haber alcanzado una sistematización de conocimientos capaz de hacernos dar nuevos pasos sobre sólidas bases,5 aunque ciertamente no falten hitos muy reseñables al respecto.6

Dentro de este fascinante y complejísimo mundo de las legitimaciones, hemos optado por elegir una perspectiva ciertamente muy presente en nuestra historia peninsular, la de la guerra santa en sus distintas manifestaciones, incluida la de la cruzada, como mecanismo de justificación, consolidación y reproducción del poder político. Antes de pasar a desgranar los aspectos sustantivos de la investigación propuesta es lógicamente necesario delimitar su marco espacio-temporal –occidente peninsular entre 1050 y 1250- procurando dar razón de su conveniencia.

La imprecisión que sin duda lleva consigo la expresión “occidente peninsular” alude fundamentalmente a una realidad bien concreta: la formación política que, arrancando de la Asturias refractaria a la normalización de la Península bajo control islámico, acabará cristalizando en la segunda mitad del siglo XI en la monarquía de los reinos de León y Castilla. Hemos querido, por otra parte, completar ese ámbito, del que naturalmente no podemos excluir a Portugal, que se encuentra políticamente vinculado a León hasta mediados del siglo XII, con la inclusión de Navarra, de donde procede la dinastía que fraguará la primera unión de León y Castilla, y donde se desarrollan cercanas e interesantes formulaciones de legitimación del poder asociadas a la confrontación con el islam, y que pueden constituir referencias comparativas, por asimilables, de mucha utilidad.7 Este es el área geográfica que constituirá nuestra preocupación de análisis, y lo hará en un marco cronológico que quizá sí requiere alguna justificación más precisa.

En efecto, desde un punto de vista temporal hemos optado por tener presente el segmento cronológico que tradicionalmente se ha venido en designar como “plena Edad Media”, más en concreto el período situado entre mediados del siglo XI y mediados del XIII. Dejando a un lado el inevitable componente de artificiosidad que presentan todas las periodizaciones, pensamos que para el tema que nos ocupa el período escogido presenta una coherencia significativa. Ya hace algún tiempo la historiografía ha reparado en el salto cualitativo que representan las décadas centrales del siglo XI en la progresiva ideologización del fenómeno que llamamos “reconquista”. Carlos Laliena, por ejemplo, se refiere a estos cambios como una “radicalización del conflicto” que tiende a impregnar de motivaciones religiosas las acciones concretamente de los nobles pirenaicos.8 Como acabamos de apuntar, nuestro ámbito de atención no es el del oriente peninsular, aragonés y catalán, sino el de los territorios del Occidente, pero en ellos se descubren pautas sino idénticas sí comparables en el tiempo. Es obvio que, por ejemplo, en lo tocante al reino de León, el impulso sacralizador de la reconquista es previo al influjo de la reforma gregoriana y bien patente ya en el reinado de Fernando I. En este sentido, Bernard F. Reilly ha expresado con sencillez y claridad la inseparable asociación de lo religioso y lo político-militar que supone el fenómeno expansivo de su reinado: “las conquistas de Fernando I durante la última década de su reinado podrían considerarse como un proceso a la vez eclesiástico y político”.9 Aunque podríamos ahondar en esta idea no parece pertinente aquí y ahora ilustrarla con más ejemplos. Baste indicar que la celebración del concilio de Coyanza de 1055 en el que la Iglesia, de común acuerdo con la monarquía, toma conciencia de su protagonismo corporativo como instancia de legitimación del poder político, puede ser un buen hito referencial para el comienzo de nuestra investigación.10 Al otro lado del arco temporal nos situamos en torno a 1250. Volvemos a encontrar aquí un eslabón de referencia que permite justificar un nuevo salto cualitativo. Es cierto que estamos aún lejos de la llamada “génesis del Estado Moderno”,11 pero la historiografía ha sabido valorar en el reinado de Alfonso X, iniciado poco después de 1250, el anuncio de un programa de pretensión soberana, cercano a presupuestos ideológicos que se desarrollarán plenamente a partir de mediados del siglo XIV.12 Naturalmente, el discurso sacralizador de la violencia cambia sustancialmente, adecuándose a un nuevo marco que es el de una hegemonía política sin condiciones. Las “cruzadas alfonsinas” nada o muy poco tendrán que ver con experiencias previas de guerra santa.13 La muerte, por tanto, de Fernando III en 1252 muy bien puede servir de excusa para redondear un proyecto investigador que hacemos arrancar de mediados del siglo XI.

Corresponde ahora hacer una breve aproximación delimitadora del tema tal y como lo concebimos desde el proyecto presentado. En este sentido conviene insistir en que los problemas que suscita la legitimación van a ser analizados exclusivamente desde la óptica del ejercicio de la violencia sagrada: guerra santa y cruzada. A partir de aquí, será preciso profundizar en las siguientes direcciones:

 

  1. Clarificación conceptual de los términos aludidos: guerra santa y cruzada. Son muchos los esfuerzos desplegados por la historiografía al respecto, habida cuenta de la importancia capital que concretamente el tema de la cruzada tiene como consolidada línea de investigación del medievalismo europeo y norteamericano.14 Lógicamente nos interesa centrarnos en la aplicación de este cúmulo de reflexiones a la realidad peninsular, y tampoco faltan, en este sentido, notables aportaciones de las que necesariamente habrá que partir.15 A partir de ellas se desprende una primera intuición que será preciso perfilar y justificar documentalmente en el ámbito de estudio que proponemos. Nos referimos a la extraordinaria heterogeneidad de significados y matices con los que potencialmente se está aludiendo cuando utilizamos el término “guerra santa”. Uno de esos significados, fruto de su concreción en un determinado momento cronológico e ideológico, es lo que conocemos como cruzada. De todas formas, habrá que tener especial cuidado a la hora de especificar las peculiares características que este último término llega a adquirir en nuestro contexto peninsular.

 

  1. Confrontación de nuestras conclusiones teóricas con la perspectiva eclesiástica propia del ámbito espacio-temporal de nuestro estudio. Desde luego, sería incongruente pretender imponer una conceptualización actual, por bien fundamentada que esté documentalmente, si previamente no somos capaces de confrontarla con la idea que de “guerra santa” o “cruzada” pudieron tener los protagonistas que forjaron ideológicamente la realidad a la que dichos términos responden. Lógicamente obispos y otros clérigos pertenecientes a la élite culta y responsable del estamento eclesiástico nos pueden proporcionar interesantes perspectivas que nos permitan reconstruir su punto de vista y, en general, el del conjunto de la sociedad del momento. Para ello contamos con un importante elenco de fuentes, principalmente cronísticas16 pero también algunas literarias,17 que, dada su abrumadora autoría clerical,18 habrá que estudiar a fondo desde el interés al que responde nuestro proyecto. Tampoco es éste un tipo de trabajo inédito,19 pero por ello mismo, y habida cuenta del instrumental metodológico que nos brinda el llamado “giro lingüístico”,20 habrá que saber extraer de estos importantes documentos todo el fruto posible.

 

  1. Detección de cuantas circunstancias puedan responder a los supuestos de guerra santa/cruzada. A partir de la clarificación conceptual de los términos, y de su confrontación con la perspectiva eclesiástica de la época, se procederá a la documentación contrastada de cuantas manifestaciones de violencia sagrada puedan detectarse en las fuentes utilizadas. En este sentido, convendrá clasificar adecuadamente cada uno de los supuestos, tanto los que obedezcan a enfrentamientos con el islam, como aquellos otros que se dirijan contra enemigos cristianos, y es que resulta evidente que las categorías religiosas de justificación de la violencia no se circunscriben únicamente a conflictividad estrictamente confesional. Por todo ello, habrá que valorar en su justo término qué enfrentamientos intracristianos, pese a lo temprano de las fechas manejadas, obedecen igualmente a lógica propia de la “guerra santa”. Por supuesto, el elenco de justificaciones varía. En todo caso, será preciso proceder a una “tipología de conflictividad religiosa”, que permita establecer conclusiones adecuadas.

 

  1. Estudio y valoración de la participación concreta de eclesiásticos en este tipo de enfrentamientos. Un índice aparentemente claro, aunque no siempre evidente, en las distintas manifestaciones de violencia sagrada es el de la participación en ellas de los eclesiásticos. Es obvio que éstos debían asumir responsabilidades simplemente por tratarse de titulares –con certeza en el caso de obispos y abades- de señoríos, sujetos en cuanto tales al deber del auxilium respecto del correspondiente monarca; pero también es verdad que este tipo de colaboración podía traducirse en una implicación no necesariamente directa, que en ciertos supuestos hubiera podido contravenir cierta tradición canónica. Lo cierto es que la participación de eclesiásticos de alto rango en operaciones relacionadas con algún tipo de guerra santa –dejamos por ahora deliberadamente al margen a los responsables de órdenes militares-, se visibiliza con mucha facilidad a través de la documentación de cancillería –suscripciones, datos circunstanciales de referencia, justificaciones de beneficios...-, y, desde luego, también a través de fuentes de carácter cronístico. En este sentido, y en especial los obispos, son co-protagonistas de la guerra santa, y no sólo como factores de una ideología legitimadora –cuestión que realmente corresponde al apartado anterior- sino como agentes instrumentales de la misma. Naturalmente será preciso en este punto establecer un gradiente de implicación que irá desde la acción propagandística de la predicación al compromiso de la movilización personal pasando por la colaboración económica, y todo ello sin olvidar el papel que pudieron jugar los prelados en un hecho tan significativo como el nacimiento y consolidación inicial de las distintas órdenes militares peninsulares, o de otras experiencias de “fraternidad militar” como las cofradías de comienzos del siglo XII que, en cierto modo, constituyen su antecedente.

 

  1. Conexión de los eclesiásticos comprometidos en acciones bélicas con otras facetas de la realidad política y social. Uno de los mecanismos que permite situar en sus justos términos el porcentaje de legitimación que corresponde a la violencia sagrada en la consolidación de la autoridad política, es conocer exactamente el papel desempeñado por los eclesiásticos más comprometidos con esa violencia en el entramado político-institucional del reino correspondiente. En este sentido, y una vez más, convendrá destacar de manera muy especial la figura de los obispos, convertidos ya en los siglos XI y XII en el “corazón de la sociedad medieval”, según la feliz expresión utilizada por Eric Palazzo.21 Por todo ello será necesario dedicar una parte de nuestros esfuerzos investigadores a escudriñar, aclarar, ordenar y clasificar los distintos ámbitos en que es posible apreciar una significativa colaboración en términos político-prácticos entre obispos –sin perder nunca de vista sus conexiones familiares- y poder secular.22 De entrada a nadie se escapa que esos ámbitos son casi tan numerosos como las posibilidades de acción política. Nosotros, dejando ahora a un lado lo referente a actividad militar, objeto de atención en el anterior apartado, nos centraremos básicamente en cinco:

  1. Servicios económicos
  2. Servicios de colonización señorial y articulación territorial de los distintos espacios políticos
  3. Servicios de asesoramiento o delegación de gobierno
  4. Servicios de negociación representativa
  5. Servicios de fundamentación intelectual y “divulgación” cultural

Se impondrá, finalmente, la conveniencia de relacionar a los responsables de estos campos de actividad con su propio protagonismo en las distintas manifestaciones de violencia sagrada, estableciendo las oportunas correspondencias.

 

  1. Ámbitos de conflictividad entre obispos y monarquía, y su posible incidencia en la concepción de la guerra santa y su proyección legitimadora. Matices en la concepción del poder político, reforzamiento de su autonomía económica y jurisdiccional, y mayor libertad de movimientos en aspectos considerados estrictamente pastorales por parte de los obispos, son los ámbitos más frecuentes en que pudieron darse –y de dieron de hecho- ciertos repuntes de conflictividad con la monarquía en el período escogido para nuestro análisis. Obviamente estos brotes de desencuentro, nunca decisivos hasta la desestabilización, tuvieron mucho que ver con el “factor romano”, y es que la ofensiva del reformismo gregoriano, lo que Karl Leyser llegó a definir como la “primera revolución europea”,23 produjo un importante impacto en la Península, obligando a resituar posiciones eclesiales y políticas. Será preciso, por tanto, analizar en la medida de lo posible la incidencia de esta conflictividad en la propia concepción de guerra santa que, en buena dosis, venía a ser puntal de legitimación política. No se trata de un tema fácil pero cabe señalar de entrada dos consideraciones, una evidente y otra, a la espera de su constación documental, solo posible: la primera es la evolución del concepto de guerra santa hasta formulaciones acordes con el nuevo espíritu de la cruzada pontificia, y la segunda los intentos regios de reformular esta última en términos políticamente rentables desde la óptica peninsular. El papel de los eclesiásticos, y de los obispos en particular, y las contradicciones y conflictos en los que se vieron involucrados por ello, es el complejo tema que corresponde al enunciado general de este apartado.

 

  1. El específico papel de las órdenes militares en la conformación de las ideas de guerra santa y cruzada. Es evidente que a partir del siglo XII la entrada en acción de las órdenes militares añade un factor nuevo y decisivo para el tema que proponemos como proyecto. Apenas hemos hecho alusión a ellas en las páginas anteriores, porque consideramos que, en buena medida, han sido ya objeto de estudio, y su considerable aportación al mundo de la ideología y de la praxis de la violencia sagrada, resulta bien conocido.24 No obstante, un estudio como el que proponemos, no puede marginar una consideración acerca de ellas en el conjunto del proyecto. A fin de cuentas, estamos ante instituciones que se convirtieron en instrumentos de acción legitimadora de la guerra santa tanto en manos de la Iglesia como de la propia monarquía. Habremos de detenernos, pues, en las muchas y muy diversas implicaciones que se derivaron de ello.

1 M. Weber, Politik als Beruf, Wissenschaft als Beruf, Munich, 1919 (ed. esp. El político y el científico, Madrid, 1967, p. 87).

2 A. Cohen, “Antropología política: el análisis del simbolismo en las relaciones de poder”, en J.R. Llobera (ed.), Antropología política, Barcelona, 1970.

3 M. McKormick, Eternal Victory. Triumphal Rulership in Late Antiquity, Byzantium and Early Medieval West, Cambridge, 1986.

4 Ph. Buc, “Rituel politique et imaginaire politique au Aut. Moyen Âge”, Revue historique, 306 (2001), pp. 843-883. Id. The Dangers of Ritual. Between Early Texts and Social Scientific Theory, Princeton, 2001. Cf. G. Koziol, “Review article: The dangers of polemic: Is ritual still an interesting topic of historical study?”, Early Medieval History, 11 (2002), pp. 367-388.

5 Es significativo que la temática no haya sido propiamente objeto de atención en el voluminoso balance bibliográfico aportado hace pocos años por la Revue d'Histoire Ecclésiastique con ocasión de la celebración de su centenario: J. Pirotte y E. Louchez (dir.), Deux mille ans d'histoire de l'Église. Bilan et perspectives historiographiques. Nº spécial publié à l'occasion du Centenaire de la Revue d'Histoire Ecclésiastique, 95 (2000).

6 A. Boureau y C.S. Ingerflom (eds.), La royauté sacrée dans le monde chrétien (Colloque de Royaumont, mars 1989), París, 1992; K.J. Leyser, “Ritual, Ceremony and Gesture: Ottonian Germany”, en Id., Communications and Power in Medieval Europe: The Carolingian and Ottonian Centuries, Londres, 1994, I, pp. 189-213; F. Theuws y J.L. Nelson (eds.), Rituals of Power. From Late Antiquity to the Early Middle Ages, Leiden-Boston-Köln, 2000; D.A. Warner, “Ritual and Memory in the Ottonian Reich: The Ceremony of Adventus”, Speculum, 76 (2001), pp. 255-283; C. Carozzi y H. Taviani-Carozzi (eds.), Le pouvoir au Moyen Âge. Idéologies, pratiques et représentations, Publications de l’Université de Provence, 2005. Para el ámbito peninsular, vid. C. Laliena Corbera, “Rituales litúrgicos y poder real en el siglo XI”, Aragón en la Edad Media. Homenaje al profesor emérito Ángel San Vicente Pino, XVI (2000), pp. 467-476, y también P. Henriet, “Mille formis daemon. Usages et fonctions de la croix dans l’Hispania des IX-XI siècles”, en T. Deswarte y Ph. Sénac (eds.), Guerre, pouvoirs et idéologies dans l’Espagne chrétienne aux alentours de l’an mil, Turnhout, 2005, pp. 163-181.

7 Remitimos a la reciente y completa monografía de A. Martín Duque sobre Sancho III el Mayor de Pamplona. El Rey y su Reino (1004-1035), Gobierno de Navarra, 2007, en especial pp. 130-145 y 152-160, donde se recogen críticamente no pocas formulaciones legitimadoras que, bien consolidadas ya en lo que constituye la antesala de nuestro período de estudio, serán heredadas por sus sucesores.

8 C. Laliena Corbera, La formación del Estado feudal. Aragón y Navarra en la época de Pedro I, Huesca, 1996, p. 307. Vid. asimismo sus reflexiones más recientes al respecto en Id., “Encrucijadas ideológicas. Conquista feudal, cruzada y reforma de la Iglesia en el siglo XI hispánico”, en La reforma gregoriana y su proyección en la cristiandad occidental. Siglos XI-XII. XXXII Semana de Estudios Medievales. Estella, 18-22 de julio 2005, Gobierno de Navarra, Pamplona, 2006, pp. 289-333.

9 B.F. Reilly, El Reino de León y Castilla bajo el Rey Alfonso VI (1065-1109), Toledo, 1989, p. 114.

10 Sobre esta importantísima asamblea conciliar cabe decir que fue ciertamente indicio de un auténtico modelo ideológico extendido por todo el reino, J.A. García de Cortázar, “¿Transición o transiciones? de la Antigüedad al Feudalismo en el norte de la Península Ibérica”, en L.A. da Fonseca, L.C. Amaral y MªF. F. Santos (eds.), Os Reinos Ibéricos na Idade Média. Livro de Homenagem ao Professor Doutor Humberto Carlos Baquero Moreno, Porto, 2003, II, p. 659.

11 J.M. Nieto Soria, Iglesia y génesis del Estado Moderno en Castilla (1369-1480), Madrid, 1993. Vid. asimismo el coloquio organizado por el Centre National de la Recherche Scientifique y la Casa de Velázquez en Madrid hace ahora veinte años: J.-Ph. Genet y B. Vincent, Etat et Eglise dans la genèse de l'Etat Moderne, Madrid, 1986.

12 J.F. O’Callaghan, El Rey Sabio. El reinado de Alfonso X de Castilla, Universidad de Sevilla, 1996, pp. 49-50.

13 M. González Jiménez, “La idea y práctica de la Cruzada en la España Medieval: Las cruzadas de Alfonso X”, en El Mediterráneo: hechos de relevancia histórica y sus repercusiones en España. V Jornadas de Historia Militar (Sevilla, 1997), pp. 171-186.

14 No tendría mucho sentido reproducir aquí interminables listados bibliográficos sobre la cuestión. Bástenos con citar tres obras de referencia puntera y muy actual, dos de autoría individual debidas a los profesores J. Riley-Smith (The First Crusade and the Idea of Crusading, London, Athlone, 1986) y J. Flori (La guerra santa. La formación de la idea de cruzada en el Occidente cristiano, Trotta-Universidad de Granada, 2003), y otra colectiva, la de M. Balard (ed.), Autour de la Première Croisade, Publications de la Sorbonne, 1996, con especial referencia al trabajo del profesor Peter Partner (pp. 333-343). A modo de ilustración de lo que significa el fenómeno historiográfico de la cruzada en la actualidad puede verse la puesta al día conceptual y bibliográfica que supone la ingente obra dirigida por A.V. Murray (ed), The Crusades. An Encyclopedia, ABC-Clio (Santa Barbara-Denver-Oxford), 2006, 4 vols. en que han participado ciento cuarenta especialistas de las más diversas nacionalidades, algunos de ellos firmantes en el presente proyecto. De la permanente actualidad del tema nos dan cuenta, por otra parte, sus permanentes actualizaciones. La última, la de Ch. Tyerman, Las Guerras de Dios. Una nueva Historia de las Cruzadas, Barcelona, 2007 (orig. inglés 2006).

15 Como en el caso anterior no consideramos pertinente la exposición de una exhaustiva relación bibliográfica. Sí queremos aludir a un reciente trabajo, polémico y muy sugerente, en el que se recoge también un “estado de la cuestión” sobre el tema: A.P. Bronisch, Reconquista y guerra santa. La concepción de la guerra en la España cristiana desde los visigodos hasta comienzos del siglo XII, Granada, 2006, pp. 116-122. Una interesante crítica al original alemán de la obra de Bronisch (1998) nos la ofrece P. Henriet, “L’idéologie de guerre sainte dans le haut Moyen Âge hispanique”, en Francia. Forschungen zur Westeuropäischen Geschichte, Band 29/1 (2002), pp. 171-220.

16 Al elenco de fuentes cronísticas de los siglos XI y XII recogido en la exhaustiva relación de M. Huete Fudio, La historiografía latina medieval en la península ibérica (s. VIII-XII). Fuentes y bibliografía, Madrid, 1997, habrá lógicamente que añadir las obras puntales de la historiografía del XIII que afortunadamente gozan de interesantes ediciones críticas: Crónica Latina de los Reyes de Castilla, ed. L. Charlo Brea, Universidad de Cádiz, 1984. Lucas Tudensis, Chronicon mundi, ed. E. Falque, Turnholt (Brepols Publishers), 2003. Jiménez de Rada, R., Historia de Rebus Hispaniae sive Historia Gothica, ed. J. Fernández Valverde, Turnholt (Brepols Publishers), 1987.

17 Por su especial interés respecto al tema que abordamos, destacaremos la Historia Roderici (Falque Rey, E., “Historia Roderici vel Gesta Roderici Campidocti”, Chronica Hispana saeculi XII (Corpus Christianorum, LXXI), Turnhout, 1990, pp. 1-98) o el Cantar de Mío Cid (A. Montaner, Cantar de Mío Cid, Barcelona, 1993).

18 Vid. la introducción de A. Maya Sánchez (ed.), “Chronica Adefonsi Imperatoris”, en Chronica Hispana saeculi XII (Corpus Christianorum, LXXI), Turnhout, 1990, p. 113.

19 M.A. Rodríguez de la Peña, “Ideología política y crónicas monásticas: la concepción cluniacense de la realeza en la España del siglo XIII”, Anuario de Estudios Medievales, 30/2 (2000), pp. 681-734.

20 Sobre las posibilidades del “giro lingüístico” y su aplicación al estudio de crónicas, vid. por ejemplo vid. G. Martin, Histoires de l’Espagne médiévale. Historiographie, geste, romancero, París, 1997, pp. 11-42.

21 E. Palazzo, L’evêque et son image. L’illustration du pontifical au Moyen Âge, Bruselas, 1999, pp. 17-35.

22 Será preciso tener muy presentes aproximaciones al tema muy clarificadoras como el reciente estudio de C. Reglero de la Fuente, “Los obispos y sus sedes en los reinos hispánicos occidentales”, en La reforma gregoriana y su proyección en la cristiandad occidental. Siglos XI-XII. XXXII Semana de Estudios Medievales. Estella, 18-22 de julio 2005, Gobierno de Navarra, Pamplona, 2006, pp. 195-288.

23 K. Leyser, Communications and Power in Medieval Europe: The Gregorian Revolution and Beyond (ed. T. Reuter), The Hambledon Press, 1994, pp. 1-19.

24 Vid. apartado 3.2. de la presente memoria.